Un Cuento de Sai
Uno de los pasatiempos preferidos de los devotos de Sai Baba es narrar los eventos o circunstancias que nos llevaron a conocerlo. Nos deleitamos entonces en el misterio de la trama cósmica de la historia personal de cada quién y evidenciamos como el descubrimiento de Sai Baba, su conocimiento y cualquier actividad que nos acerca pareciera formar parte de un concepto pre-establecido y de raíz familiar. De otra manera, no podríamos explicar el seguimiento selecto de devotos en los rincones más remotos del planeta sin que en el proceso haya mediado publicidad alguna. Me permito entonces compartir la historia de mi acercamiento a Sai Baba, antes que pretender explicar la naturaleza de un Avatar.
En 1976 me encontraba en la Universidad de Stanford, en California, completando mis estudios de psiquiatría. Eran años de búsqueda intelectual, de vida disipada de soltero y de una permanente crisis existencial. Habitaba una romántica cabaña en la cima de una colina y dormía en una descomunal cama de agua frente a un ventanal que enseñaba un magnífico sauce llorón.
Un buen día, después de recibir dinero suficiente, me fui a la librería con la lista preseleccionada a comprar todos los libros que antes me había negado. Uno a uno los textos comenzaban a llenar la cesta de compras, cuando mi atención se dirigió a una pila de libros nuevos, cuya portada mostraba una foto de un extraño personaje con una cabellera tipo afro y una estridente bata naranja. El sugestivo título: "El Hombre Santo y el Psiquiatra" me hicieron pensar que se trataba de un libro escrito por la persona de la foto y que seguramente, por su apariencia, debía tratarse de un excéntrico psiquiatra que me lucia como un aborigen australiano. Continuaba con el libro en mano debatiendo si debía o no comprarlo, después de todo sospechaba que se trataba de otro libro más sobre terapias no convencionales, ya que en la California de la época proliferaban las nuevos abordajes humanistas y todo tipo de terapias corporales. Al final, sin mucho convencimiento y apurado por la cajera, lo metí con el resto y lo llevé a casa.
Al llegar los libros ocuparon su lugar y comenzaron a llenar la estantería, allí entre los otros coloqué al del sujeto de la bata naranja, no sin antes darle una mirada suspicaz. Comenzaron entonces a producirse una serie de eventos que durarían varias semanas y los cuales nunca pude explicar razonada y lógicamente, ya que con jactancia de ignorante sostenía que todo evento en el plano de la realidad estaba sujeto a una explicación racional. Esa terquedad intelectual sería echada por tierra con los eventos que estaban por ocurrir.
Poco después de traer los libros, la casa comenzó a llenarse de un intenso olor a perfume, tan fragante que sospechaba que alguna amiga había rociado perfume. Una tarde descubrí en la estantería de libros un peculiar polvo oscuro o ceniza. No le encontré explicación a esto y simplemente lo limpié. Durante las semanas siguientes el polvo continuó apareciendo en el mismo sitio en cantidades considerables. Pensé que podía tratarse de termitas que se alojaban en la madera de las repisas pero luego de analizar la madera lo descarté. La sorpresa aumentó cuando limpiando noté que el polvo también estaba sobre la fotografía del personaje de la bata naranja.
El fenómeno continuaba y comencé a sospechar que el polvo tenía alguna relación directa con ese libro y con esa persona de la foto. Examiné el libro y traté de leer la primera página, pero inexplicablemente no atinaba a concentrarme y a continuar la lectura ya que las palabras parecían carecer de sentido y no lograba asimilar. Miraba entonces la foto y hablaba mentalmente con la persona de la bata naranja cayendo en una extraña concentración. Mentalmente dialogué con esa fotografía y con frecuencia le preguntaba quién era, a lo que respondía invariablemente: "Dios." Me exaltaba y le respondía: "eso no es posible" y el diálogo continuaba.
La extraña experiencia continuaba a diario. Los diálogos silentes, el perfume, la abundante ceniza que botaba, y la sospecha de que alguna amiga me estaba jugando una broma pesada, o que tal vez, ¿por qué no?, era objeto de "brujería". Esta situación provocó una intensidad emocional tal que puso en peligro mi estabilidad cotidiana. Algunas semanas después y paulatinamente, el fenómeno comenzó a disminuir, para finalmente desaparecer y quedar olvidado por completo como algo que nunca pude explicar racionalmente.
Pero el descubrimiento de Sai Baba se daría, como suele ocurrir, por la vía familiar. El libro en cuestión comenzó a rodar de casa en casa, de caja en caja y de mudanza en mudanza para terminar, arrinconado en mi oficina de Caracas con el peso y el compromiso de los libros nunca leídos.
Trabajaba en Nueva York y viajaba con frecuencia a Caracas donde residía mi familia. En unos de esos viajes, Yogui Shankara, mi tío Blas Antonio García, me invitó a comer para hablarme incansablemente de un tal Baba de la India capaz de materializar objetos y realizar todo tipo de actos sobrenaturales. Percibo tal fanatismo en mi tío que al regresar a casa le comento a mi esposa lo sorprendido que estoy. No podía entender como un hombre con sus estudios y conocimientos, capaz de discernir, de hilar fino y de no desmayar en su constante búsqueda espiritual e intelectual, terminara en las manos de un charlatán, mago o prestidigitador que materializa objetos.
Pocas semanas después y al final de una fiesta de cumpleaños, mi tío me llama aparte y habiéndose percatado de mi escepticismo sobre el tema, me regala el libro "Mi Baba y Yo" de John Hislop, pidiéndome encarecidamente que lo leyera. Ya en el avión de regreso a Nueva York saqué el libro para darle una hojeada. La foto de Sai Baba me golpeó repentinamente los sentidos y me lanzó de regreso a mis años estudiantiles en Stanford y aquella memoria olvidada cobró vigencia inmediata.
Demoré 15 años en enterarme que el místico libro había sido escrito por el Dr. Samuel H. Sandweiss, un psiquiatra americano quien años antes había terminado sus estudios en otra universidad del sur de California. Que el polvo perfumado era llamado Vihbuti y que el personaje de la foto no era ni australiano, ni psiquiatra. Se trataba de Sathya Sai Baba, el Avatar de la era, el cual me había brindado la gracia suprema de una visita dejándome su tarjeta de presentación.
Con intensidad febril terminé el libro en el avión y antes de aterrizar había decidido visitar la India y conocer a Sai Baba personalmente. La experiencia pasada lo inundaba todo y abría un camino perdurable de devoción hacia Sai Baba. Sus palabras:
Hay una sola Religión; la Religión del Amor
Hay una sola Casta; la Casta de la Humanidad
Hay un solo lenguaje; el lenguaje del Corazón
Hay un solo Dios y es Omnipresente